El Diario Montañés, 2 de octubre de 2013
Hemos conocido con certeza estadística
lo que era una evidencia empírica: los países que más gastan en sanidad son los
que mayor éxito tienen en la lucha contra el cáncer. El gobierno central, sin
embargo, acaba de adoptar una medida que, más que aumentar el gasto, parece
encaminada a reducirlo, y ha hecho público en el BOE que los enfermos crónicos
deberán pagar desde este mes de octubre el 10% de lo que cueste la medicación
que se les suministra en las farmacias de los hospitales, con un tope máximo de
4,50 euros (me sigue gustando traducir: 750 pesetas). La decisión no ha sido
bien acogida por ningún colectivo del entorno sanitario, e incluso algunas
autonomías de las gobernadas por el PP se están oponiendo a aplicarla.
Aquí, en Cantabria, dejando a un lado
aquel espíritu indómito que otrora nos hiciera famosos, el gobierno regional la
ha aceptado sin rechistar y ha declarado que la pondrá en marcha «en el menor
tiempo posible», porque la nuestra «es una comunidad seria, liderada por
políticos serios que cumplen con la legalidad», que en eso «consiste el Estado
de Derecho y el respeto a las instituciones democráticas».
Cuando tuve noticia de tal postura
vinieron a mi memoria lacustre (llena de lagunas, Monterroso “dixit”) dos
frases literarias de desigual talante. Una está recogida en “Los santos
inocentes” –la magnífica novela de Delibes que tanto engrandeció Mario Camus
con su versión cinematográfica– y la repite insistentemente Régula: «A mandar,
don Pedro, para eso estamos»; la otra es de “El otoño del patriarca”, y García
Márquez la pone en boca del inagotable dictador: «hay órdenes que se pueden dar
pero que no se deben cumplir».
Ellos –sumisos ante las instituciones
pero insensibles con las personas– han elegido la primera, añadiendo más dolor
al dolor y obligando a los enfermos a pagar parte de unos tratamientos que no
siempre conducirán al éxito.
«A mandar, para eso estamos». Pero los
inocentes, siempre los mismos.
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