El Diario Montañés, 3 de junio de 2015
Debido a los
resultados electorales, éste de ahora es tiempo de cesantes, apropiado para limpiar
los discos duros del ordenador y convertir en pulpa de papel documentos que en
otras manos pueden resultar comprometedores. Los cesantes del segundo nivel
político andan, además de ocupados en tales tareas, preocupados y melancólicos
porque saben que tienen que volver «al puesto que dejaron allí», algo que les
va a resultar muy duro los primeros días, acaso los primeros meses. Por eso
esbozan una mueca de escepticismo cuando se enteran de que Leticia Sabater se
ha operado para recuperar la virginidad, conscientes de que nada es igual
cuando se han probado las mieles del sexo o del poder, porque el hueco que generan
algunos vacíos no se puede reparar con cirugía.
El cesante de
hoy fue aspirante ayer. Buen conocedor del funcionamiento de la cadena trófica
política, percibe que alrededor de las mieles de su puesto en funciones están
revoloteando muchos pretendientes. Algunos se hacen los encontradizos con los
que pueden ser los nuevos jefes, y salen a su paso como por casualidad, tras
haber estado acechando, estoicos, por sus rutas habituales. Cuando se cruzan
con ellos, con sumisa mirada de carnero y leve inclinación de cabeza, parecen
preguntar que qué hay de lo suyo. Son los aspirantes más discretos, pertenecen al
partido y conocen al dedillo los tres principios básicos del aspirantazgo
jerárquico: la tranquilidad, la paciencia en la cola y el buen comportamiento.
Otros, más
ambiciosos e impacientes, tras cuatro años sin dar opinión ni tomar postura por
nada, encerrados como los caracoles dentro de su caparazón, han roto la babilla
protectora y salen con la lluvia de votos del cambio a ofrecer sus servicios.
Se postulan para todo y llegan, incluso, a enviar sus currículos sin pudor,
ofreciéndose lo mismo para arreglar un roto que un descosido, tan apañados como
el cirujano de la Sabater. Yo los llamo postulantes, una fauna que no tiene
sentido de la medida y desconoce la longitud de su osadía. Para un postulante
de verdad nada hay imposible, aunque se halle rozando el filo de la
incompetencia. El postulante es, por definición, un animal político muy
peligroso.
Ignacio Diego –a
quien me apresuré imprudentemente a dar de baja en esta tribuna–, se
autoproclamó cesante la semana pasada. Luego, en un breve lapso de tiempo,
dijo, como Felipito Tacatún, que seguía. Sin embargo no se ha querido postular
a largo plazo, y muy en la línea de Rajoy ha declarado que después de las
elecciones nacionales «habrá congreso del partido y Dios dirá».
Menuda
responsabilidad tiene el Señor.
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