El Diario Montañés, 9 de septiembre de 2015
Estoy en Fuente
Dé, ante el imponente anfiteatro de los Picos de Europa. A mi lado unas señoras
de edad madura hablan de sus cosas. Es una conversación trivial. «Yo ya no
tengo veinte años –dice una de ellas–. Ahora los problemas me preocupan mucho y
los proyectos cada vez me ilusionan menos». «Es que la experiencia nos ha ido
poniendo en nuestro lugar –dice otra–. Nos ha hecho ser mucho más prácticas». «Ya
somos abuelas. Tenemos hijos que trabajan y, como piensan que no tenemos nada que
hacer, nos cargan con todo: cuidamos de los nietos, les preparamos la comida a
ellos. No paramos». «Yo no veo el momento de poder dedicarme un poco más a mí y
a mi marido. Me parece que ya nos lo merecemos los dos».
Comentan con
resignación la rutina de una vida de trabajo enfocado siempre a conseguir el
bien de los suyos. Parecen atrapadas en una espiral de renuncias. No han subido
al teleférico. Algunas porque tienen vértigo, como yo. Otras dicen que lo que
no les apetece es pagar dieciséis euros. «No merece la pena haberse dado un
madrugón para hacer la comida, venir cargadas con ella para ahorrar, y
derrocharlo todo en un viaje». Por eso han preferido que suban sus maridos con
los nietos, y ellas se han quedado, esperando su regreso, en una mesa contigua
a la mía.
Están tomando
café y comienzan a hojear el periódico de la cafetería. Practican la muy
española costumbre de comentar las noticias en voz alta: «Nestor Martin cierra
y los trabajadores se quedan en la calle, los pobres. Invirtieron hasta la
indemnización para mantener el trabajo y han perdido la de entonces y la que no
les dan ahora». «Cuánto sinvergüenza anda suelto», dice otra, en referencia a
los que iban a salvar la empresa y terminaron hundiéndola. «Mira, ya están
éstos como los otros, quejándose de lo mal que han encontrado todo y de que no
hay dinero». «La retahíla de la herencia recibida. A este paso, tanto rebuscar,
van a sacar los euros hasta de debajo de las piedras». «Pues, hablando de
herencias –dice otra que no había intervenido hasta ahora–, no me hagas mucho
caso, pero he oído decir que quieren cobrar otra vez impuestos a los que
hereden algo». «Hija, será a los ricos. A los que hereden mucho; ya estaría
bueno que le cobrasen a nuestros hijos. Toda una vida trabajando como bestias
para dejarles cuatro perras y una casa, y que vengan ahora con impuestos a
quitarles un buen pellizco». «Yo creo que Revilla no lo va a consentir. Él
también ha salido de abajo y sabe lo que cuesta hacer un duro».
La conversación
alcanza un tono apasionado ante la posibilidad de que el gobierno meta mano en
el menguado patrimonio que han conseguido tras innumerables sacrificios y
renuncias, como ésta de hoy del teleférico. Me miran. Se han dado cuenta de que
han elevado demasiado la voz. Les devuelvo una mirada cómplice y hago un gesto
de asentimiento. Quiero que sepan que estoy con ellas. «Son buenas gentes que
viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos descansan bajo la
tierra».
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