El Diario Montañés, 16 de septiembre de 2015
Cuando éramos
realistas y pedíamos lo imposible, no nos conformábamos con el pájaro en mano
porque aspirábamos al AVE volando. No nos preocupaban nada las dificultades.
Poníamos pasión a raudales y la acompañábamos con autobuses repletos de gentes
reivindicativas que reclamaban donde fuera menester que nuestra querida
Cantabria no podía quedarse atrás en la carrera de la comunicación por vía
férrea. Al fin y al cabo ya habíamos perdido otra carrera histórica muy
importante, la del Santander-Mediterráneo, obra inacabada que dejó nuestra
geografía sembrada de huellas de derrota y nuestras almas llenas de
frustración.
Pero pasaban los
gobiernos nacionales de uno y otro color y todo seguía igual. Y con el paso de
los gobiernos también pasaban los años. Y nuestro presidente regional, que ya
tiene los suyos y ha estado gran parte de ellos pidiendo lo imposible, ha
debido de echar cuentas. Con los números en la mano ha comprobado que sería poco
probable traer el AVE hasta aquí a tiempo de que él lo viera y de que lo
pudiéramos disfrutar unas cuantas generaciones de paisanos que ya peinamos
canas o lucimos calvas. Quizá fue entonces cuando decidió «bajarse la ropa» y
aceptó como animal de compañía el tren rápido que proyectó la Universidad de
Cantabria. Ha debido de pensar que a ése sí tiene posibilidades de verlo y nosotros
de disfrutarlo, y que media hora más de tiempo bien vale un ahorro de dos mil
novecientos millones de euros, que podremos gastar luego en otras cosas de
mayor necesidad. O no, vete a saber.
Nos queda su
promesa de que la reivindicación del AVE sólo ha quedado aplazada, que no
muere, y que renacerá de sus cenizas si alguna vez regresa el tiempo improbable
de las vacas gordas. Será entonces el ave fénix que ponga fin a nuestro secular
aislamiento.
Yo, por si
acaso, me voy a encomendar a la divina clemencia. De vez en cuando, en momentos
de recogimiento, para esto del AVE puede ayudar lo suyo un avemaría.
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