El Diario Montañés, 17 de mayo de 207
Un inusitado
interés cultural ha llevado a seis mil cántabros a conseguir, en sólo dos días,
el pase permanente del Centro Botín. Colas de personas de cierta edad, la
mayoría peinando ya canas, daban vuelta a la esquina de la calle de la
Fundación del mismo nombre –«¿y dónde dices que está eso?»–, con la esperanza
de que la espera tuviese la compensación del ansiado documento, llave que por
poco precio abre las puertas de ese edificio que mira al mar con ojos de
libélula. Es la cultura del consumo, la del folleto y los marcapáginas, que tanto
conocemos de las ferias del libro: «¿Los regalan?, ¿puedo llevármelos?». Y se
los llevan a manojos.
Yo no quiero ser
muy crítico con este repentino ardor que ha unido tantas voluntades de la noche
a la mañana; simplemente pretendo que reflexionemos sobre el uso exagerado y abusivo
que solemos hacer de las cosas cuando son regaladas, o casi. En este caso que
nos ocupa, quizá lo más prudente sea seguir el consejo sabio de aquel veterano
profesor que permitía a sus alumnos copiar en los exámenes porque así, por lo
menos, leían una vez el tema. Y si, además, el pase en cuestión hace honor a su
nombre, y sirve para acercar la cultura de manera permanente a algún ciudadano,
tanto mejor, no sea que, una vez conseguido, suceda con él como con las
comuniones de este mes de mayo, que en más de una ocasión, después de tomar la
primera hostia y tras haber celebrado todos los festines, los niños no suelen
volver a pisar la iglesia.
Por no resultar
del todo gratis ni haber encontrado el modo de conseguir «una financiación
sostenible», peligra la presencia del Archivo Lafuente-Reina Sofía en Santander.
Los más pesimistas sospechan que si el acuerdo no se firma pronto, todo se
puede ir al garete, y nos quedaremos viéndolas venir, sin completar el anillo
cultural que soñó un alcalde. Y, lo que es peor, los seis mil del pase
permanente no podrán satisfacer del todo su desbordante apetito cultural.
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