El Diario Montañés, 6 de junio de 2018
Como
la prensa deportiva tiene preferencias por ciertos clubes, hay prensa de la
considerada «rigurosa» que se inclina sin reparos hacia determinadas tendencias
políticas. Y más en estos tiempos en que las ediciones digitales le
proporcionan voz a todo el mundo. Como consecuencia de ello, la opinión se
funde con la información hasta que la frontera entre ambas resulta casi
irreconocible.
Ahora,
tras la moción de censura que ha logrado cambiar al gobierno –cumpliendo
escrupulosamente los requisitos que marca la Constitución–, algunos medios nos
trasladan la imagen catastrofista que ya dieron en 1979, cuando el PSOE y el
PCE pactaron en las elecciones municipales para lograr las alcaldías en los
municipios más importantes. ‘Vuelve el Frente Popular’, ‘Pactos de vergüenza’ o
‘España se rompe’ fueron los titulares que publicaron entonces periódicos tan
involucionistas como ‘El Alcázar’, ‘El Heraldo Español’ o ‘El Imparcial’, y que
esta semana han repetido otros más liberales casi al pie de la letra. También
algún irresponsable portavoz político ha caído en esa misma tentación, llevando
a la gente a posicionarse en las redes sociales con tal vehemencia que parece
que cuarenta años de democracia no nos han servido para alcanzar la «libertad
sin ira».
Miguel
Ángel Revilla no ha ocultado nunca su simpatía por Pedro Sánchez y es de los
que ha aplaudido el cambio. Parece que no le preocupa que De la Serna deje de
ser ministro –con el peligro que puede tener Cantabria de perder las obras que
había anunciado–, porque piensa que Fomento mantendrá las acciones, al tiempo
que él se quita de delante las promesas que hacía su posible rival electoral
cada semana. Además estima que la llegada del PSOE a la Moncloa puede
facilitarle una comunicación que hasta ahora casi no existía. Ya se verá.
En
todo caso –y es a donde quería llegar–, los acontecimientos políticos de esta
semana han supuesto un absoluto ejercicio democrático. Que se podrá criticar,
sí, pero que se debe respetar deportivamente, porque el juego de la democracia
exige saber ganar y perder sin furia y sin violencia. Dos reflejos de la ira.
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