El Diario Montañés, 2 de enero de 2019 (viñeta de Gustavo García)
Hace
años hubo un importante avance educativo que, como siempre que hay cambios, fue
criticado por los inmovilistas: se trataba de introducir los valores éticos en
la educación para formar ciudadanos más responsables, solidarios, democráticos
y comprometidos socialmente, y superar así la fría enseñanza y el mero aprendizaje
de las materias. Aristóteles dijo que los buenos hábitos que se adquieren en la
juventud se mantienen en la edad adulta y marcan las diferencias personales.
Quizá por todo lo anterior Esther Bolado, la alcaldesa de Camargo, se dirigió
en septiembre a los responsables de su policía local animándolos a seguir
anteponiendo su compromiso con la sociedad, con los vecinos y con los valores
éticos vinculados a su cargo, por encima de cualquier otra cuestión. Pero,
acaso porque no tuvieron en su día una educación en valores o porque
Aristóteles se equivocó en sus reflexiones, tan solo un mes más tarde algunos de
ellos se olvidaron del mensaje, le dieron la espalda a su compromiso y veinte
cogieron la baja médica en estas fechas navideñas. A no ser que enfermaran al
tiempo por algún virus inusitado, cosa que todos ponemos en duda, se puede
afirmar que en ocasiones es muy fácil obtener bajas laborales, aunque sea bajo
sospecha, como ya dejé escrito la semana pasada con respecto a las de los
diputados regionales de Podemos.
Sigamos
con los valores éticos. Algunos, además de en la educación y en la familia, los
aplicamos a rajatabla en el deporte base, porque somos conscientes de que
tenemos entre las manos la responsabilidad de educar deportistas para que no
caigan, como están cayendo en algunas disciplinas, en el juego sucio o la
violencia. Y otra responsabilidad añadida es tratar a estos jóvenes como lo que
son, no como a profesionales, y concederles la baja cuando no se sienten
felices en un club con la misma facilidad con que la conceden los galenos en
asuntos de más enjundia. Claro que para ello se necesita gran vocación
pedagógica, valores bien arraigados y, como en todos los aspectos de la vida, aplicar
el sentido común. Nunca el rencor.
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