miércoles, 20 de febrero de 2019

INCENDIARIOS-2 (20 de febrero de 2019)


El Diario Montañés, 20 de febrero de 2019 (foto: DM. Rosendo)

«Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema, señor conde», dibujó en una viñeta el genial Perich, como contraposición a una campaña televisiva de prevención que decía que «cuando el monte se quema, algo tuyo se quema». Entonces muchos bosques –símbolos por excelencia de lo que debería ser un bien público– pertenecían a la nobleza. Ahora la mayor parte son comunales, lo que no supone que sean del todo nuestros, porque esa titularidad está mal vista por algunos ganaderos que los creen de su exclusiva propiedad. Y conciben su gestión con un atavismo inmovilista (‘atăvus’, en latín, es el cuarto abuelo, el antepasado), porque siempre han hecho las cosas de la misma manera y consideran que así deben seguir haciéndolas. Una actitud ancestral que mantienen ante el fuego, ante el lobo, ante los buitres, o ante cualquier circunstancia que influya en el libre pastar de sus ganados. Las demás posturas son ñoñeces de las gentes capitalinas: «Que vengan los señoritos de Santander a apagar el fuego», dijo no hace mucho un alcalde de pueblo, marcando claramente las fronteras entre el mundo ideal y el práctico, y demostrando las distintas sensibilidades que hay en el asunto.
Hace menos de un mes tuvimos que recurrir a la intervención de las Fuerzas Armadas para que nos echaran una mano cuando las lluvias desbordaban nuestros ríos, y este fin de semana –Cantabria tiene estos contrastes– hemos debido apelar de nuevo a ellas para apagar los fuegos repetidos de febrero, porque los incendios ya eran demasiado importantes para que pudieran sofocarlos «los señoritos de Santander». Casi todos han sido provocados por mano humana. Algunos por ganaderos, «porque así se ha hecho toda la vida», otros por simples terroristas ambientales. Y todos por incendiarios, que, según la RAE, son quienes «incendian con premeditación, por afán de lucro o por maldad». No por pirómanos, aunque utilicemos tanto el término, que son quienes sufren una tendencia patológica, tan solo diagnosticada, por cierto, en cien españoles.
No debemos confundir, pues, a un pirómano, que es un enfermo, con un incendiario, que, por decirlo finamente, es un indeseable malnacido.

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