El Diario Montañés, 13 de febrero de 2019
Somos
poco dados a los reinicios. En cuanto el ordenador nos avisa de que hay nuevas
actualizaciones listas para instalarse, solemos elegir la opción de «reiniciar
más tarde» y posponemos una decisión que nos pondría al día. Recientemente una
cajera se quejaba en su oficina bancaria de que los informáticos elegían el
peor momento para actualizar los programas, en horas de atención al público,
con el consiguiente malestar de los usuarios. «No puedo hacer operaciones
manuales –decía–, porque con esto de la banca electrónica nunca se puede
asegurar que los datos de una cartilla estén actualizados. Y quizá le dé dinero
a alguien que, aunque en el papel figure que sí lo tiene, en realidad ya no lo
tenga». Es la dependencia de la inmediatez informática, para lo bueno y para lo
malo.
Por
eso los reinicios hechos a tiempo son muy aconsejables. Debemos darle a la
tecla sin miedo. En algunos casos es urgente hacerlo, porque los errores que se
han ido acumulando ralentizan, hasta casi paralizarlo, el sistema. A fuerza de
no cuidarlo con antivirus específicos, de tanto ser atacado por piratas de toda
índole, acuciado por las posturas intolerantes, nuestro sistema democrático
está al borde del colapso: las banderas se utilizan contra los otros con odio y
no nos dejan ver el bosque de la libertad. Y la democracia languidece, amedrentada
por gestos de rígida marcialidad. Necesita un reinicio urgente que deje atrás
las «cacas» de otros tiempos, que supere la falta de memoria histórica y elimine
la sobrecarga de aplicaciones dudosas que traen algunos programas políticos. Hay
que actualizarla con cuidados que eliminen involuciones y nos coloquen de una
vez por todas en el siglo XXI. Y hablo de un reinicio real, de una refundación dialogada,
pactada, sin marcha atrás, con medidas valientes y generosas.
Cuando
llegó la crisis financiera internacional, el capitalismo se reinventó para que
todo quedara como estaba. Sus programadores no cambiaron nada y la
actualización nos dejó peor de lo que estábamos: indefensos y a verlas venir. En
el caso de nuestro sistema democrático, una medida así resultaría fatal.
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