El Diario Montañés, 7 de mayo de 2025
La
otra mañana, por descuido, me levanté con el pie izquierdo. Debo confesar que,
aunque no soy supersticioso, comencé la jornada con la extraña sensación de que
la cosa podía torcerse en cualquier momento, pues por tradición heredada tendemos
a confundir zurdo con siniestro. Ejemplos hay a cientos. Me viene a la cabeza
el de Quico, protagonista de ‘El príncipe destronado’, a quien su madre reprendía
cuando a la hora de comer cogía los cubiertos con la izquierda. Su padre, sin
embargo, decía con sorna que «el zurdo lo es porque tiene más corazón que el
diestro, pero los diestros les corrigen porque no toleran que otros tengan más
corazón que ellos». (Quizás esto lo escribió Delibes como justicia poética de
un zurdo de pensamiento).
En
aquel entonces no era conocido ni tenía poder –esto es lo peligroso– el
argentino Milei, que sostiene ahora que no hay que darle ningún lugar «a los
zurdos de mierda». Tampoco en ese pensamiento se ha querido quedar escaso Abascal,
que los define como «unos mierdas sin principios». Es posible que el padre de
Quico tuviera razón, y lo que en realidad no pueden soportar estos diestros
salvapatrias es que otros antepongan el corazón cuando piensan.
Sea
como fuere, la sorpresa más grande de ese día que inicié a pie cambiado no me
la ofreció un zurdo político, sino una persona del otro extremo ideológico: «No
insultes mi inteligencia –me dijo mientras conversábamos–, ni me supongas tan estúpido
como para mantener que la tierra es plana. Eso déjalo para los ignorantes. Pero
tampoco me creas tan necio como para que me trague que el hombre ha pisado la
luna». Lo soltó con un par. Sin corazón ni cabeza.
Luego,
incontinenti, caló la gorra, diose media vuelta… y ya no hubo más que hablar.
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