En
la feria del libro de Portillo (Valladolid) varios colegas de la profesión
almorzábamos en un restaurante que ocupa la antigua iglesia. Éramos escritores
y editores –cuando recapacito, me pregunto por qué casi nunca hay libreros–, y
en la conversación de sobremesa el nombre que más se repitió fue el de Revilla,
quizás evocado por las anchoas que tomamos como entrantes. «Puedes escribir un
artículo sobre él –me dijo un compañero–, porque menudo error ha cometido el
emérito al denunciarlo. Revilla es un “animal” de la comunicación, y los periodistas
lo saben. Modula a la perfección las emociones, e incluso consigue encaminarlas
al borde de las lágrimas. El público lo apoyará sin fisuras para que gane su “desigual
batalla”. El emérito ha querido salir del desierto de la indiferencia, pero enfangará
su imagen».
La tarde
menguaba de regreso a Cantabria, mientras analizaba las posibilidades del
escrito. Pero, en un momento, se impuso otro con fuerza. A la altura de Arenas
de Iguña, la autovía, cerrada por obras, obligaba a los vehículos a circular por
la antigua carretera nacional, pródiga en abandonos y penumbras (sazonado todo por
la morrina que anublaba la visión). Al llegar a Los Corrales respiré porque
pude incorporarme de nuevo a la autovía, mas, apenas unos kilómetros después, hube
de retornar a la carretera antigua hacia Las Caldas del Besaya. Un forzado
regreso al pasado. ¿Qué sucede con nuestras comunicaciones –me dije–, que ni
Revilla ganó esa batalla en su día?
Cuando
el próximo mes regrese en tren de la feria del libro de Madrid, ya me ha
comunicado RENFE que en Palencia nos esperará un autobús para acercarnos hasta Cantabria
por esos mismos andurriales.
Sé
que para que las cosas estén bien, primero deben estar mal. Pero, por habituales,
hay situaciones que irritan.
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