Si
no fuera porque la estupidez humana supera todas las cautelas de la lógica,
pensaría que la carrera de espermatozoides que se organizó en Los Ángeles fue
una noticia falsa. Mas no, resulta que un adolescente, Eric
Zhu, superó el millón de dólares de recaudación para hacerla posible, con la excusa
científica de «llamar la atención sobre la infertilidad masculina», porque,
según él, la ciencia certifica que la cantidad de espermatozoides por
eyaculación se ha «reducido a la mitad en los últimos cincuenta años». Y Zhu
pretendía resaltar la necesidad de la salud reproductiva, no fuera que en un
futuro no deseado «nadie pueda tener hijos». Le manda huevos, nunca mejor
dicho.
Apenas
repuesto de la corrida de cabezones –retransmitida para todo el mundo–, me
enteré de que Donald Trump Jr. –hijo mayor del presidente americano– ha
invertido en una empresa que promoverá en Las Vegas la celebración de unos
Juegos Olímpicos con dopaje –Juegos Mejorados los llaman– en los que no solo
estarán permitidas las sustancias prohibidas en las competiciones ordinarias,
sino que su consumo será exigido para pulverizar las marcas y «cambiar el deporte
para siempre». Quiere, con la ayuda de estimulantes, que los deportistas sean más
rápidos, más altos, más fuertes. De ahí a aplicar los resultados a nuestra
productividad laboral solo hay un paso.
Nuestros
juegos extravagantes, quede dicho, son más de andar por casa. Y no necesitan
escudarse en la ciencia, tan solo en el humor: lanzamiento de huesos de
aceituna en Murcia, de dátiles en Elche, de cerezas en Vigo… o cada 26 de julio
celebración del Campeonato Mundial de Comedores de Sobaos en Ambrosero.
De
haber participado en la carrera, posiblemente nuestros espermatozoides no habrían
ganado. Pero con su chispa entrarían los primeros al ovocito, tras partirlo de
risa. Y sin fraudes.
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