El Diario Montañés, 2 de diciembre de 2012
Hay muchos índices para medir los parámetros
macroeconómicos –el PIB, el IPC, los tipos de interés, los indicadores de
empleo...–, en su mayoría demasiado técnicos para la comprensión cabal del
ciudadano medio. La economía doméstica, la de a pie, no necesita de datos tan complejos
ni de tecnologías punteras: para conocer su estado basta con observar la triste
expresión de las gentes por las calles y con estar atentos al pesaje de la
basura que se recoge en su entorno.
La basura ha sido siempre fuente
inagotable de investigación. Lo hemos leído en libros y lo hemos visto en
películas: cuando un detective quería obtener información sobre algún
sospechoso, esparaba paciente a que sacara la bolsa de desperdicios para hurgar
en su interior en busca de tesoros escondidos. En México y América Central
llaman «pepenar» a este proceso de recoger objetos de los recipientes de
basura. Incluso hay una página web que ofrece un decálogo de instrucciones para
hacerlo bien y sin riesgo para la salud y, así, amueblar la casa, llenar el
frigorífico o conseguir dinero «pepenando» en lo que les sobra a otras
personas.
Ahora nos acabamos de enterar de que en
el periodo de 2008 a 2011 se han recogido en Santander 5.500 toneladas de
basura menos de las previstas, y que en lo que llevamos de año van 2.000 menos
que en el año anterior a la misma fecha. ¿Nos hemos vuelto más limpios?
Desgraciadamente ésa no es la razón. En realidad es que la bolsa de la compra
cada vez pesa menos, y cada vez sobra menos de lo que ya hay poco en origen. Un
índice claro de que las estamos pasando canutas.
Las ratas que están siendo desalojadas de
sus madrigueras por las obras de la calle Lealtad y del Centro Botín deberán
tener cuidado al elegir su nueva residencia. Si no atinan, además de perder la
guarida pueden estar abocadas a luchar a brazo partido con quienes «pepenan» en
la cada vez más exigua basura.
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