martes, 24 de julio de 2012

YO NO ME APUNTO (24 de julio de 2012)

El Diario Montañés, 24 de julio de 2012

Dolorido por la incomprensión de los ciudadanos, que protestan más de lo que él considera pertinente, nuestro presidente ha revivido sus tiempos de fornido defensa de fútbol y ha atacado, no ya a los tobillos, sino a la condición mental de un sindicalista madrileño que, aun sin nombrarlo, todos sospechamos que se trata de José Ricardo Martínez. El tal Martínez ha animado a las gentes a salir a la calle, «de forma incendiaria», para que se manifiesten ante los recortes, y a Diego no le ha parecido bien porque cree que en la época del PSOE se protestaba menos. Ahora que gobierna el PP, pregunta indignado, «¿hay que salir a la calle y decir lo que dice el imbécil de la UGT madrileña?».
El menoscabado sindicalista es además consejero de un grupo bancario y percibe una remuneración anual de 181.000 euros, que –a diferencia de los otros consejeros– ingresa en las arcas del sindicato, como obligan los estatutos. Pese a todo, Diego insiste en su ataque, no exento de apetencias, y dice que «se ha llenado los bolsillos de una manera que el 98% de los ciudadanos de España se habrían apuntando, y entre ellos me cuento a mí. Todos nos hubiéramos apuntado a cobrar lo que cobraba este despreciable personaje».
Yo no, señor Diego; y menos con esta crisis. Debo de estar dentro de ese escaso margen que cifra usted en el 2%. Mis valores no me permiten ejercer una responsabilidad para la que no me siento capacitado, por bien pagada que esté. Hay que saber retirarse de un cargo –o no aceptarlo– antes de que se cumpla el principio de Peter, al que todos estamos abocados con el paso del tiempo. Y algunos aunque el tiempo no pase, porque son incompetentes ya de partida.
¿De verdad quiere apuntarse a la ocupación y al sueldo de ese personaje, según sus palabras, tan «despreciable y comedor»? Si no es un lapsus linguae, aviados estamos.


domingo, 15 de julio de 2012

DESDE LA MAGDALENA CON TEMOR (12 de julio de 2012)


El Diario Montañés, 12 de julio de 2012

García Márquez reunió en 1973 los escritos periodísticos que había publicado entre los años 1957 y 1959 en un libro que tituló ‘Cuando era feliz e indocumentado’, de cuyo epígrafe parece deducirse que la felicidad sólo se alcanza desde la ignorancia.
Estar bien informado suele producir angustia, un estado contraindicado para nuestro corazón que, como ha dicho en la UIMP el cardiólogo José Manuel Revuelta, está diseñado «para vivir más de cien años». Lo malo es que para ello, además de tener que llevar una vida ordenada, una alimentación sana y dejar a un lado tabaco y drogas, hay que mantener una actitud vital «optimista, tranquila y sin estrés». Y ahí radica el principal problema, porque los tiempos convulsos que estamos padeciendo no nos facilitan las cosas.
Una de las noticias que más nos ha sobrecogido –a quienes oteábamos ya no tan lejana la línea de la jubilación– la ha proporcionado en esa misma Universidad la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, proponiendo «incentivos sociales, fiscales y laborales» a todo el que decida prolongar su vida activa por encima de la edad legal. Una edad que, en el mismo foro y ya lanzado, el provecto catedrático Manuel Lagares ha pedido fijar en 70 años, matizando, eso sí, que sobre todo en profesiones que «no requieran un esfuerzo físico».
No nos engañemos, alargar la vida laboral traerá consigo el aumento de las dificultades para lograr una jubilación digna. Cubrir los períodos máximos de cotización será entonces una meta casi inalcanzable, con lo que la mayoría optaremos a jubilaciones, quizá más sostenibles, pero mucho más pobres. Lo demás son milongas. Y desprecio a los miles de parados perpetuos –mayores de cincuenta años– que han sido expulsados de sus empresas para, en el mejor de los casos, colocar en sus puestos a otros trabajadores menos cualificados, pero con contratos precarios y sueldos mínimos.
Tiene razón Gabo: para ser feliz es mejor permanecer indocumentado.

domingo, 8 de julio de 2012

¿ALGUIEN CREE EN LA JUSTICIA? (8 de julio de 2012)


El Diario Montañés, 8 de julio de 2012


La sección primera de la Audiencia Provincial de Cantabria ha confirmado una pena de dieciocho meses de prisión a un cliente de un hotel por un delito de estafa. Según los hechos probados, en agosto de 2009 se alojó durante ocho días en el establecimiento y se marchó sin pagar. Además, la sentencia le condena a indemnizar al hotel en la cantidad adeudada
–560,16 euros– más los intereses correspondientes.
Marcharse sin pagar, si nos atenemos a este fallo, no es rentable, aunque el acusado dudara sobre el particular, ya que era reincidente. Para disipar sus dudas debería haberse mirado en el espejo de Carlos Dívar, que en sus viajes privados pagó siempre las habitaciones y todos los gastos derivados con puntual religiosidad; eso sí, con un dinero que inexplicablemente no tenía que justificar. Él también, a su manera, era un reincidente. Necesitado de descanso por la dureza de su profesión, hizo frecuentes escapadas de fin de semana a hoteles de las mejores zonas turísticas de España, acompañado por su séquito de seguridad.
No fue la Justicia, sino la corriente de opinión auspiciada por la denuncia de la prensa, la que forzó su dimisión, por lo que los ciudadanos no pudimos saber si la dama ciega, en una hipotética sentencia, habría pedido que devolviera lo gastado, aunque fuera sin intereses. La mayoría mantiene la duda de que, ante ciertos acusados, la gran señora permanezca imparcial sin inclinar la balanza del lado de los poderosos.
Acaso por dudas similares, o por otras razones que se nos ocultan, nuestro presidente, Ignacio Diego, ha decidido no trasladar a la Fiscalía los famosos «veinte charcos» del gobierno anterior, que han lastrado al suyo con la «herencia recibida». Su otrora actitud de acusaciones y amenazas se ha ido disipando hasta resolverse en humo.
El radical giro de su postura bien pudiera merecer las palabras del famoso verso cervantino: «miró al soslayo, fuese, y no hubo nada».



domingo, 1 de julio de 2012

CUESTIÓN DE VALORES (1 de julio de 2012)


El Diario Montañés, 1 de julio de 2012

Mi compañero de columna, Miguel del Río, publicaba hace unos días en esta misma sección un artículo titulado ‘Ciudad de buena gente’, en el que alababa la actitud de un santanderino anónimo que hizo una obra de caridad llevando en su coche a una pareja de ancianos que se encontraban por las calles de la ciudad, desorientados, solos y temerosos, y los dejó en su domicilio, ya seguros. Terminaba su escrito con una alabanza de las ciudades pequeñas, en las que aún no se circula una vida por encima de los puentes mientras se vive otra bien distinta, harapienta y mísera, por debajo.
Tengo para mí que Miguel del Río es un gran hombre, con un optimismo y una vitalidad contagiosos.
Yo, sin embargo, debo de estar ya mayor, y sólo coincido en parte con sus conclusiones. En teoría, sí, las ciudades pequeñas son más solidarias. Pero la enfermedad social del desarraigo y del desinterés por los demás se está extendiendo por esta aldea global como una epidemia para la que nadie está vacunado. Y Santander no es la excepción.
Viene esto a cuento del percance que ha sucedido esta semana en la playa de Los Peligros, con el ahogamiento de un médico santanderino de 76 años. Durante dos horas su cadáver ha permanecido en la orilla, tapado con una sábana, mientras, como informaba este periódico, «numerosas personas se daban un baño, paseaban por la arena o jugaban a las palas, ajenas a la tragedia que soportaban los allegados del fallecido». Varias fotos publicadas en su edición digital corroboran esa actitud despreocupada.
En esta sociedad, el civismo no depende tanto del tamaño de las ciudades como del tipo de valores que se transmite a los ciudadanos, y la respuesta que dan éstos a los problemas. Y alguno de esos valores quizá no ocupe el rango que le corresponde.
¿Creen ustedes que los bañistas mantendrían la misma indiferencia si, por ejemplo, hubiera varado un delfín?

martes, 26 de junio de 2012

Y TÚ, MÁS (25 de junio de 2012)

Diario Montañés, 25 de junio de 2012

En verdad, no sé muy bien para qué sirven los debates sobre el estado de la región. Pero el modo en que se ha desarrollado este último ha traído a mi memoria imágenes de los albores democráticos, cuando henchidos de un afán de libertad, que aún no controlaban pero que todo lo inundaba, unos aprendices de políticos discutían en la taberna de mi pueblo y preparaban los plenos jugando la partida de dominó, entre el humo de los cigarros y los vapores del coñá. «Verás cómo se lo suelto, si me dice algo. Se va a enterar bien enterado. Le voy a dejar de piedra», vociferaba el cabecilla, refiriéndose a su contrario y golpeando sonoramente con una ficha sobre la mesa de mármol, mientras sus compañeros de juego y los curiosos que formaban un corro a su alrededor se frotaban las manos imaginando ya al adversario político desarmado ante la contundencia del ataque anunciado. No eran aquellos buenos tiempos para la dialéctica. Importaba más el desplante, los malos modos.
Sin embargo, manteníamos la esperanza de que el paso del tiempo cambiara las cosas. Al fin y al cabo estábamos dando los primeros pasos por los caminos de la democracia, demasiado acostumbrados a los modos dictatoriales anteriores. Pero el tiempo ha pasado y, como los malos alumnos que no se empapan con los conocimientos, algunos de nuestros actuales representantes, en este último debate, se han parecido demasiado a aquellos politiquillos de tasca.
En ‘El arte de la prudencia’, Baltasar Gracián recomienda no perder nunca las formas. «La finalidad principal de la prudencia –dice– es no perder nunca la compostura. Uno debe ser tan dueño de sí que ni en la mayor prosperidad ni en la mayor adversidad nadie pueda criticarle por haber perdido la compostura». Además, aconseja no cambiar los humores con los honores. «Para subir al puesto agradaron a todos, y una vez en él se quieren desquitar enfadando a todos».
¿Les suena de algo?

domingo, 17 de junio de 2012

DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS (17 de junio de 2012)

Diario Montañés, 17 de junio de 2012


La gente asimila mejor las noticias graves cuando se ciñen a historias concretas. El drama del traslado de los residentes de La Pereda estaba comenzando a diluirse, porque resulta muy complicado solidarizarse con un centenar de personas sin rostros definidos. El dolor es traicionero: se desvanece en el tumulto, precisamente donde más daño hace. Es mucho más fácil aprehenderlo si se centra en casos específicos, como el de esa pareja otoñal, Ángel y Paquita, que con la historia de su amor está generando una corriente de solidaridad que puede hacerle mucho daño a quienes pretenden que acabe de una vez por todas la repercusión mediática del traslado forzoso.
Ángel y Paquita se resisten a que los separen por la fuerza. Los responsables de la reubicación de los ancianos quieren llevarle a él a Laredo, dicen que buscando su bienestar. Ellos no tienen la misma opinión. «Si te vas a Laredo, me muero», exclama ella, forzada a quedarse en Santander, mientras él la tranquiliza diciéndole que siempre permanecerá a su lado.
Quienes sí pretendían una separación rápida eran las dos jóvenes que el pasado fin de semana «entablaron amistad» con un par de catetos y terminaron con ellos en la habitación de un hotel santanderino. Allí los dejaron abandonados, tras birlarles casi dos mil euros –no es poca cantidad para alternar– que escondieron en «sus partes íntimas». En la papelera de la habitación dejaron tirado el teléfono de uno de ellos, supongo que no por falta de espacio en tan dilatado escondrijo, sino porque podía sonar inesperadamente y descubrirlo. Tras la denuncia de los engañados, un análisis físico en comisaría dejó claro que el interés de las chicas por sus compañeros de esa noche era sólo económico.
Quizás también lo sea el de quienes promueven el desalojo de la residencia de La Pereda. Si, como se sospecha, alguien se lucra con este asunto, «sus partes íntimas» se quedarán pequeñas para ocultar los pingües beneficios de la operación.

lunes, 11 de junio de 2012

DE MOOBING Y DESPRESTIGIO (11 de junio de 2012)



Diario Montañés, 11 de junio de 2012

Dicen los especialistas que quienes practican el moobing –que es la manera de llamar en inglés al acoso laboral– pretenden esconder su propia medianía en el disfraz de una autoridad prepotente e injusta. Esta semana hemos tenido conocimiento de que uno de esos potenciales mediocres, el biólogo responsable de la planta de algas de El Bocal, de Monte, ha sido condenado por el Juzgado de lo Penal número 4 de Santander, entre otras penas, a dos años de cárcel por un delito contra la integridad moral y por las lesiones que produjo a un compañero de trabajo. La noticia también manifestaba algo sorprendente: según un testigo del juicio, el condenado había venido manteniendo conductas similares, al menos, desde 1976. Si no fuera por lo sangrante del caso, de este personaje se podría decir que ya era un perito en hostigamientos.
También esta semana el director general de Protección Civil ha buscado protagonismo y ha reclamado por las bravas una parcela propia en estos menesteres de desprestigiar a los trabajadores. En el momento más inoportuno, cuando tras meses de enfrentamientos comenzaba a vislumbrarse una solución en el conflicto entre Protección Civil y el Gobierno Regional, se ha plantado a pecho descubierto y ha menospreciado profesionalmente a un centenar de bomberos diciendo que «trabajan un día, en turno de 24 horas, y descansan tres, lo que sumado al mes de vacaciones, supone que al final del año no superan los 100 días trabajados».
Por un momento, todos hemos querido ser bomberos. Pero luego el sentido común y unos someros conocimientos matemáticos nos han devuelto a la realidad, que no es otra que estos profesionales, aunque distribuidas de forma diferente, trabajan las horas legales que tienen que trabajar por convenio. El mismo sentido común que nos lleva a considerar que el director general ha dado muestras de una irresponsabilidad impropia de su cargo.
Y es que en las dificultades es cuando mejor se conoce la catadura moral de las personas.