martes, 22 de mayo de 2012

AÚN HAY ESPERANZA (A Mario Camus - 26 de febrero de 2012)




Nueve de la mañana de un fin de semana invernal. El agua azota en cortinas horizontales que barren el paisaje. El paseante opta por cerrar el paraguas. Con esa ventisca es inútil tenerlo abierto. Encogido, le planta cara al temporal, su pensamiento ocupado en la crisis y en el futuro lleno de incertidumbres.
Se siente mayor, en un otoño vital que camina, más deprisa de lo que quisiera, hacia el invierno. Personalmente, poco afectado puede verse a estas alturas de la vida. Renunció hace tiempo a rodar su última película. Pero le preocupan las generaciones futuras. Las que deben tomar el relevo y no pueden hacerlo por falta de apoyo institucional.
Malos tiempos para el cine. Malos tiempos para la cultura.
Cuando llega a la altura del Sardinero, unas voces lejanas interrumpen sus cavilaciones. Entre la cellisca distingue grupos de jóvenes que disputan partidos simultáneos de fútbol, las líneas de los campos marcadas en la arena compacta de la bajamar, las porterías ancladas con el lastre de las mochilas. Se detiene a contemplar el espectáculo casi heroico. Además de los jóvenes deportistas, hay personas mayores. Son los árbitros que dirigen el juego. Y los entrenadores, que gritan órdenes por encima del temporal.
La escena le sobrecoge, porque piensa en el sacrificio de los padres, que se habrán levantado casi de madrugada para prepararlo todo. Y en el de los jóvenes que corren tras una pelota. Y en el de los árbitros. Y en el de los entrenadores. En el esfuerzo desinteresado de todos ellos, que les ha llevado hasta allí sin otro objetivo que practicar un deporte, un día en que todo invita a quedarse en la cama.
Mario –así se llama el paseante– regresa a casa. Se sienta en el sofá, los ojos entrecerrados, evocando lo que acaba de ver. Mientras quede gente así –se dice–, es posible la esperanza.

Diario Montañés, 26 de febrero de 2012

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